1.3.09

Mi abuela y el mar

¿Qué pasa si te dejas caer? Dice sin poner atención en los hombres que están sentados en la banca de enfrente. “Probablemente grite del dolor que cause la velocidad con que golpee el suelo” contesto sin poder dejar de ver hacia el mar.
Estamos sentados en la jardinera más grande que hay antes del barranco que llega al mar, que rompe las olas sobre pierdas erosionadas al paso de los años; ella trae un vestido azul, que la cubre desde el cuello hasta las rodillas, ajustado por un listón negro en la cintura que permite que se vea como un saco de papas atado en medio. Yo traigo el mismo pantalón de siempre con una camisa de cuadros que no me gusta ni disgusta en lo absoluto, pero que por alguna razón, a ella le fascina.
El mar me permite viajar, en cada ola, llevándose un pedazo d mi espíritu con mi abuela, cuyas cenizas han quedado esparcidas, siempre yendo y regresando para que no le olvidemos del todo.
Escuchamos el pasar de las sirenas, ya tan acostumbrados que seguimos sentados sin apuro alguno; me ve a los ojos como si fuera a confesarme un crimen y la mirada penetra en mi cerebro así que por fin dejo de ver el mar y mientras regreso la mirada a sus ojos, tomo su mano helada.
¿Y si yo me dejara caer? Me pregunta sin titubear, de una manera que logra causarme escalofríos en todo el cuerpo en segundos, casi haciéndome temblar. “Me lanzaría por ti sin tener tiempo de reaccionar, los dos moriríamos en un agudo grito de dolor” le contesto sin poder entender porque sigo sintiendo escalofríos.
“El amor es diferente para cada persona, yo no me lanzaría por ti, aunque te quiero con todo mi corazón” suelta de su boca ella, golpeando con cada palabra mi rostro y espíritu…
Es ahí cuando me doy cuenta que la pregunta esta disfrazada y que el amor se ha ido terminando sin que lo haya podido detener. Regreso la mirada al mar, buscando en las olas como lavar el sentimiento que siento que se va acercando a mi garganta para torcerla y obstruirle. Siento como deja de verme ella también y el peso que va cayendo sobre mis hombros es doloroso. Siempre he odiado su vestido azul, pero el día de hoy ha sido cuando más lo he odiado… Suelta mi mano que había olvidado por un instante, y me toca el rostro. Hemos estado juntos demasiado tiempo y las cosas han cambiado. Sabemos que no podemos vivir sin el otro pero morir es demasiado y escucharte hablar del amor es complicado. Yo siempre pensé que vivíamos uno en el otro y para el otro, pero en cuerpos separados que levitaban para unirse.
“Sabes que las olas siempre nos tuvieron entretenidos en los días más aburridos, ¿verdad?” me pregunta como queriendo distraerme de lo que en realidad debemos discutir. “No me importan las olas y lo sabes, pero saberla cerca siempre me ha permitido seguir vivo” le contesto casi mecánicamente. Deberíamos discutir como vamos a vivir uno sin el otro y me quiere poner a hablar de las malditas olas…
El aire está demasiado limpio para ser real y el frío va desapareciendo con los segundos que pasan lentamente mientras repaso cada palabra que nos hemos dicho hasta este día. Su sonrisa me había enamorado, como no había logrado enamorarme una convivencia con nadie ni el cariño de alguien. El cielo se ve perfecto y las nubes tienen formas tan divertidas como las que vimos juntos aquella tarde que decidimos que las nubes serían nuestra forma de comunicarnos, cuando todo era bello. ¿Cómo quiere que imagine mi vida, sin que la vea todas las mañanas brincando de la cama a la cocina en un segundo y regresando con algún dulce para darme? Levanto los brazos y siento el impacto en la espalda de la arena hirviendo, que calentándose por el Sol, esperaba mi caída. Su rostro al decirle adiós reflejó serenidad, entiendo que no había que discutir y que el tiempo borraría los recuerdos de a poco…mientras las olas me llevan y regresan para que no me termine de olvidar, como yo a mi abuela, con quien estoy en paz, para poder por fin descansar.
Canción del blog: Delirio- Ximena Sariñana

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