10.10.08

Mi querida Amelia

Espero que les guste este cuento, un poco torcido pero divertido :)
Esta semana no ha sido interesante; no tengo que contarles sobre todos los medicamentos que ese doctor me ha estado atiborrando desde que se le ocurrió que estoy enfermo.
Enfermo, ¿yo? ¡Que va! Lo que yo necesito es que me alejen de ese señor, fumar un par de cigarrillos y platicar con mi Amelia querida.
Cuando se le mete una idea loca en la cabeza a ese doctor, me mete al hospital en cuarentena y me atasca las venas de medicinas que nada mas marean y me dejan más inútil que antes…
No tengo que contarles sobre las náuseas que me provocan los alimentos que me dan aquí; supongo que todos ya conocemos el sabor a hospital que tiene las gelatinas y los caldos de pollo sin sal que me obligan a comer.
Pero si no les cuento a ustedes que me encierran con vigilancia las 24 horas del día y una enfermera en la puerta para que no escape, ¿qué les puedo contar?
Pudiera contarles sobre mi querida Amelia, pero… es complicado, ¿si saben cómo?
Tal ves, será mejor que les diga que hace días que el doctor viene diciéndome que debo animarme porque mi físico depende de que tan seguido le sonría a este antipático que pasa revista cada seis horas con el mismo chiste malísimo para ponerme “ de buenas”.
El doctor dice que cualquier día no me despierto si no hago el esfuerzo, y empezamos la discusión de siempre:
-¿Para qué levantarme si sigo aquí?
-Para que se pueda ir más rápido, Don Fausto.
-¿Sí me levanto mañana, me puedo ir?
-No, Don Fausto… necesito monitorearlo…
Y así se la pasa…mintiéndome para que siga abriendo los ojos y él siga cobrando su sueldo; sin dejarme ver a Amelia.
El doctor le ha dicho a mi hija que no estoy en mis cinco sentidos, pero el otro día le he demostrado que todo me funciona bien, cuando me ha sacado de mis casillas y le apliqué un derechazo que le desgracio la nariz tan perfecta que tenía, que pena…
Amelia y yo nos conocimos muy jóvenes, y vivimos tantas cosas que me gustaría contarles pero tengo poco tiempo; nos queremos tanto a pesar de los años y me ha aguantado todas mis locuras, que no son pocas.
Últimamente, Amelia dejó de visitarme porque no le gusta verme malencarado gritándole al doctor que me atiende que es un inútil; yo la entiendo. Si por mi fuera ya estaría en casa con ella platicando sobre sus rosas gigantes y olorosas, esas que adornan la entrada de nuestra casa.
A veces recuerdo el olor como si estuviera ahí parado; de pronto comienza a dar vueltas todo y entran corriendo las enfermeras por el ruidazo que los aparatos hacen como gritándoles que el cielo se me anda nublando…
Les podría explicar que Amelia hace el mejor café del mundo y que los cigarrillos junto a ella saben mucho mejor; creo que sigo fumando por el puro placer de verla a través del humo sonriendo, siempre sonriendo.

-Mi padre siempre fantasea con Amelia, doctor. – escucho que dice mi hija, ¡cómo se atreve a hablar así, si Amelia le dio la vida y dice que es una alucinación mía! Les contaría cuantas veces he discutido con mi hija sobre mi querida Amelia, pero nada la hace entender que su madre, Amelia, se ha cansado de sentarse en las sillas de la sala de espera y se ha ido a casa para cuando me dejen salir, estar lista para recibirme con un buen café en la salita donde platicábamos por las tardes.
Amelia me ha hablado por teléfono, estoy casi seguro que no han dejado que hable conmigo, porque como siempre, deben mantenerme calmado y eso me pone de nervios.
Ha sonado el teléfono muy temprano y mi hija ha corrido a contestarlo sin dejarme ni reaccionar, sólo para escupir un “no, está dormido” a pesar de mis gestos y gritos.
Amelia me espera, y yo me quiero largar con ella; no me dejan.

-¿Entonces no hay mucho que hacer ya, doctor?- dice Liliana, con una cara de mortificación en la puerta del cuarto que ocupa su padre, como dormido por alguna anestesia.
El doctor mueve la cabeza sin poder decirle algo que consuele la pérdida de su padre, mirándola por solidaridad y con pesar. Liliana sabía que algún día pasaría pero tenía esperanzas de que no fuera tan pronto…habiendo acabado de perder a su madre hace tan poco.

Hoy por fin me han liberado de este espantoso hospital, Amelia está parada en la puerta esperándome sonriendo, lista para llevarme a casa.
Se ve rejuvenecida, su cabello es tan negro como el día en que la conocí y su rostro es el mismo del que me enamoré el día que tomamos nuestro primer café.
Me siento muy bien, la fuerza en mis piernas ha regresado después de tanto estar acostado y protegido por las enfermeras; después de todo parece que han curado lo que tenía… y lo que no tenía también.
Amelia me ha llevado a casa y las flores están más hermosas que nunca, el olor es indescriptiblemente hermoso y mi casita se ve como el día en que empezamos a vivir en ella.
Me pregunto porque Liliana lloró cuando me llevaban a casa, la vi un momento nada más, pasé por la silla en que estaba sentada diciéndole hasta luego, pero pareciera que no escuchó…Mañana la iré a visitar para ver que le pasa, tal vez pensó que el doctor no me dejaría salir, o le daba miedo que me fuera con Amelia porque ella ya no sabe que es su madre…
Mi querida Amelia tiene listo el café en la mesita…así que amigos los dejo para irme a platicar, y algún otro día les cuento más aventuras de este viejo.

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